Una buena mañana de 1876, la pequeña localidad de Reverie, Tennessee, vio cómo el río Mississippi, que separaba al pueblo del vecino estado de Arkansas, se abría paso con gran violencia hacia un nuevo canal al este del pueblo, convirtiendo a Reverie, en la práctica, en una isla. El cauce primitivo no se secó de inmediato, sino que se mantuvo como agua estancada, navegable solo con barcas de poco calado, a la que poco a poco las arenas, sedimentos y depósitos aluviales convirtieron las otrora fértiles tierras de cultivo en una considerable superficie cubierta de madera. El Mississippi se había movido de nuevo. Ese hecho fue juzgado, casi 50 años más tarde, por el Tribunal Supremo de Estados Unidos, que dictaminó que era el curso del río, y no las imaginarias líneas que trazamos en un mapa, el que dictaminaba dónde empezaba un estado de la Unión, y dónde acababa otro.

Saltamos hacia delante en el tiempo. En 1944, Harold Fisk, geógrafo del Cuerpo de Ingenieros del Ejército estadounidense, dedicó tres años de su vida a cartografiar algo más de 3.000 kilómetros del río Mississippi. Empresa titánica, por un lado, por hacerlo en tiempo récord para un momento en el que la cartografía no contaba con apoyo de mapas satelitales, sino porque Fisk pretendió dibujar no solo el cauce del Mississippi de entonces, sino que quiso registrar cómo era el río en 1765, 1820 y 1880. Superponiendo los cuatro ríos con cuatro colores distintos, Fisk creó una de las más bellas series de planos jamás dibujados.

En esos dibujos se evidencia que un río, por mucho que nos empeñemos, no es un cauce fijo, sino que es un sistema dinámico que no ha sido tomado en cuenta durante la transformación de nuestro territorio. La Casa de la Mota del río Segura, en Murcia, obra del arquitecto Antonio Abellán, realiza un ejercicio de autocrítica y adapta su diseño a una realidad tristemente frecuente: la construcción en zonas inundables.

Abellán, murciano e hijo y nieto de carpinteros, es parte de una joven hornada de profesores con sensibilidad medioambiental que renovaron la Escuela de Arquitectura de Alicante hace casi 20 años. Despuntó sin haber cumplido los 30 años con la reforma de un antiguo pabellón de artillería en Murcia, transformándolo en el Centro de Arte Contemporáneo Párraga, y otras obras como la ampliación del Museo de la Catedral de Murcia. Su obra no ha sido prolífica, al compatibilizar la enseñanza con el activismo social y la dirección de la antigua carpintería familiar, pero es una voz a tomar en cuenta.

La Casa de la Mota del río Segura nos habla de la sensibilidad medioambiental del autor; colocada junto a una mota, una elevación que se realiza a ambos lados de un cauce fluvial (en río Segura, en este caso), la vivienda se encuentra en una parcela que el planeamiento urbanístico propone elevar, colocándolo al mismo nivel que la mota. En la práctica, esto deviene en que el río se convierte en una zona de traseras, como en tantas otras ocasiones ha ocurrido con el paso de los ríos por una zona urbana.

Entes vivos. Abellán, que es un defensor del valor ecológico y productivo de la Huerta de Murcia, la comarca que rodea la ciudad de Murcia regada por el río Segura, coloca la vivienda de un modo elevado, dejando intacta en la medida de lo posible la zona de cultivo inferior. El acceso se da por una pasarela de hormigón, elevada desde la mota y que conecta la pista ciclable con la propia casa.

Esa pasarela se convierte en la línea base de la casa, que se desarrolla en dos plantas. El diseño, que recuerda a la escuela deconstructivista del primer Gehry o Eisenman, aprovecha el cambio de material, y la macla de volúmenes para conseguir que una planta sencilla, un paralelepípedo, adquiera escala y proporciones humanas. El uso de la madera contrasta con un aplacado de tejido metálico.

El diseño, que al arriba firmante le resulta muy atractivo, puede ser o no del agrado de todos. Sin embargo, más allá de eso la casa de Abellán se convierte en un aparato que entiende dónde se coloca, elevándose sobre una zona potencialmente inundable; adicionalmente, la vivienda cuenta con una serie de canales de recogida de lluvia de la cubierta de la vivienda, conectados con el agua de riego de la acequia de la parcela. La jardinería también toma en cuenta la ubicación, planteando un pequeño bosque de ribera, que además proporciona intimidad con respecto al paseo de la mota.

La ocupación de zonas inundables por viviendas y la explotación intensiva agraria están disparando los daños que, periódicamente, causan las inundaciones. Impermeabilizamos los suelos, y creamos defensas –como las motas– que solo acentúan el problema aguas abajo. Los ríos, como el Mississippi, se deben entender como entes vivos, que necesitan sus espacios.